El 20 de mayo de 1960, Adolf Eichmann, el que fuera teniente coronel de las SS nazis, responsable de la solución final y de las deportaciones masivas a los campos de concentración alemanes durante la segunda guerra mundial, fue secuestrado clandestinamente por el Mossad (Agencia de Inteligencia israelí) en Argentina, donde vivía con una identidad falsa, y trasladado a Israel para ser juzgado.
Hannah Arendt, filósofa y
política alemana (y judía), asistió al juicio de Eichmann y, tras algunos
artículos, escribió un libro titulado Eichmann
en Jerusalén. Un informe sobre la banalidad del mal. Este polémico libro le
valió controversias, enemistades, acusaciones de traición y muchos problemas.
¿Por qué?
Teniendo en cuenta los crímenes espeluznantes
que se le imputaban, Hannah Arendt fue al juicio de Eichmann esperando encontrarse
con un monstruo, un ser de naturaleza perversa, la encarnación del mal radical,
en suma. Pero se encontró con alguien normal y corriente, banal. Ella sostenía
que, para llegar a cometer actos terribles no era necesario ser intrínsecamente
“malo”, sino que bastaba con ser una persona normal que dejara de pensar, de discernir
y establecer la diferencia entre lo bueno y lo malo. Así, cuando uno deja de
discernir, poco a poco la línea que separa lo correcto de lo incorrecto, lo
aceptable de lo inaceptable se va difuminando y uno se va despersonalizando,
deshumanizando, hasta perder la conciencia moral, con lo que ya está listo para
cometer determinados actos. De ahí que la responsabilidad individual de
Eichmann (y de cualquier ser humano) no fuera tanto los actos concretos en sí
(que también), sino el hecho de haber renunciado a su capacidad de pensar.
Sin duda, la obra y personalidad de
esta mujer es mucho más rica y compleja y lo suficientemente atractiva como
para indagar en ella. Os dejo este fragmento de un minuto y medio perteneciente
a la película Hannah Arendt
(Margarethe von Tottta, 2012), donde la filósofa defiende su tesis ante un
grupo de alumnos y profesores que la han denostado porque entienden que
calificar de “banal” a Eichmann es adoptar una postura demasiado suave,
comprensiva y condescendiente con él. Os recomiendo que primero veáis y oigáis
a la actriz Barbara Sokowa en su convincente papel de Hannah Arendt terminando
su lección y luego, si queréis, la leáis.
“Desde Sócrates y Platón entendemos que el pensamiento es algo así como
el diálogo silencioso que el alma tiene consigo misma. Al negarse a ser una
persona, Eichman pasó a ser su propia víctima, renunciando sin saberlo a una de
sus grandes facultades: la capacidad de pensar. Y, como consecuencia, cuando
dejó de pensar, dejó de discernir. Fue la incapacidad de pensar la que hizo
posible que muchos hombres, digamos normales y corrientes, cometieran actos de
barbarie a una escala enorme, actos que nunca antes se habían visto jamás. Es
cierto, he tratado estos temas desde una perspectiva principalmente filosófica.
La esencia del pensamiento, del pensamiento al que me refiero, no es la del
conocimiento, sino la que distingue entre el mal y el bien, entre lo bello y lo
feo. Y lo que yo busco es que el pensar dé fuerza a las personas para que
puedan evitar los desastres en aquellos momentos en los que todo parece
perdido. Gracias”.