viernes, 20 de julio de 2018

CAFÉS FILOSÓFICOS: LO MEJOR Y LO PEOR

Fotografía: Mertxe Peña
Lo peor, el calor. He llegado a asarme en ese mismo local en invierno debido al calor que desprendían los radiadores de la calefacción y nos hemos asado también en julio debido igualmente al calor húmedo que padecemos aquí y que va aumentando con la conversación. Una pena que la Casa de Cultura no cuente con algún aula o local refrigerado para poder pensar y conversar sin sudar.

Lo mejor, la actitud de los participantes. Exceptuando una persona que el último miércoles salió decepcionada porque vino con unas expectativas distintas, el resto de participantes han valorado que exista un foro presencial donde quien quiera pueda acudir a pensar y dialogar con cierto rigor sobre temas de diversa índole personal o social. Eso es lo que yo ya había detectado: que hay un sector de la ciudadanía, con una actitud crítica e inconformista y que se ha ido desengañando de los foros de las redes sociales, que necesita espacios donde practicar la filosofía, el sentido crítico y el librepensamiento, algo esencial para vivir personalmente con cierta dignidad y percibir la democracia como un espacio de compromiso y una experiencia comunicativa entre ciudadanos que quieren pensar por sí mismos.


Por eso, el café filosófico no es un lugar donde el filósofo hable y diga a la gente allí reunida qué debe pensar o cómo debe vivir. Bastante bombardeados estamos ya de, como diría Kant, tutores que nos dicen cómo hacer absolutamente todo. La filosofía, en cambio, solo pretende que te emancipes, que te hagas cargo de ti mismo, que te apropies de tu capacidad de pensar y que lo hagas con conciencia y con rigor. Y que contrastes tus ideas con las de otros. Por eso me gusta cuando alguna participante echa en falta algo de discordia y desacuerdo. Claro, un café filosófico no es un lugar donde decir amén a lo que dicen los demás en medio de beatíficas miradas, sino un lugar donde vas a a contrariarte con lo que dicen los demás, donde vas a contradecirte, a dudar de tus ideas y a marcharte pensativa porque algo que tú creías cierto, ya no lo es tanto. Pero estamos tan cómodamente instalados en lugares comunes y políticamente correctos... 

El lema de la filosofía es tan sencillo y complejo a la vez: piensa, piensa, piensa. Sencillo porque todo el mundo piensa y complejo porque no todo el mundo piensa de manera filosófica, es decir, de manera eficaz, ordenada, lenta, metódica y rigurosa. Pues eso es lo que pretendemos hacer en los cafés filosóficos.

Fotografía: Mertxe Peña
Como es habitual, en los cafés de julio se propusieron distintos temas y se eligió por votación cuál tratar. Por una parte abordamos la pregunta de si debemos comprometernos de alguna manera con nuestra sociedad. El acuerdo fue bastante unánime: sí, debemos comprometernos y el compromiso consiste en asumir la responsabilidad de mejorar la sociedad, lo cual puede llegar suponer, como dijo alguien, dar un sentido a la vida. Sin embargo, fue curiosa la idea a la que llegamos de que se puede mejorar la sociedad cambiando aspectos de ella o conservando otros. Hubiera sido interesante profundizar en qué cosas hay que cambiar y cuáles hay que conservar.

También abordamos la cuestión de si es posible llegar a aceptar la propia muerte. Aunque también hubo bastante acuerdo, trabajamos con varios conceptos: aceptación y su diferencia con "onartu", la resignación, la necesidad de eliminar la disyunción entre ambas posturas y hablar de momentos de negación, resignación y de aceptación y serenidad ante una experiencia tan única, tan intransferible y tan necesaria.

Solo me queda agradecer a todos los asistentes que en junio y julio se han acercado a algún café filosófico y que, en total, habrán sido unos 25. Teniendo en cuenta que cuando el año pasado me propuse llevar a cabo la iniciativa, contemplaba la posibilidad de que no se hiciera debido a que no fuera nadie o casi nadie, me parece todo un éxito. Así pues, gracias a Marisa A., Lurdes, Luis, Maite, Jaione, Conchi, Pello E., Marisa L. Mikel, Javier M., Alberto, Bea, Carmen, Pili A., Pili B., Igarki, Sorkun, Blanqui, Ekaitz, Joxe, Gorka, Koldo, Javier… y creo que me dejo a alguien.
Gracias especiales a Mertxe, mi mujer, por participar y, además, hacer las fotos de las sesiones.


Fotografía: Mertxe Peña

martes, 17 de julio de 2018

HOY, ÚLTIMO CAFÉ FILOSÓFICO

Hoy a las 19:00 horas y en la Casa de Cultura de Zumarraga llevaremos a cabo el último café filosófico del verano en torno a uno de estos temas u otros que se propongan:

- ¿Queremos seguir siendo los hombres y mujeres diferentes en algo?
- ¿En qué consiste la buena educación? 
- ¿Es posible aceptar la muerte propia o la ajena?
- ¿Son el capitalismo y la globalización la esperanza o la amenaza para el futuro?

   








domingo, 1 de julio de 2018

¿QUIÉN SOY YO?

El primer café filosófico lo iniciamos a partir de una experiencia común: por una parte, experimentamos que vamos cambiando y, a la vez, que hay algo que no cambia, una entidad que se mantiene idéntica, un yo que permanece invariable pese a los cambios. Pues bien, ¿en qué consiste ese yo que parece que se mantiene idéntico e invariable pese a todos los cambios que vamos experimentando a lo largo de la vida?

Inmediatamente alguien propuso una vía negativa para definir quién soy yo: no sabemos ni podemos saber quiénes somos pero sí sabemos, en cambio, quiénes o qué no somos. Sin embargo, esta vía presentó alguna dificultad de comprensión y no tuvo más recorrido, aunque sería interesante retomarla.

Otros dos conceptos utilizados para aproximarnos al yo fueron los de “conciencia” y “memoria” , es decir, el yo sería una conciencia que se recuerda a sí misma, un yo que recuerda que es el mismo yo quien sufre los cambios. Pero al asociar la identidad con la memoria, surgió el problema de la pérdida de la memoria y, en consecuencia, de la pérdida de la identidad. Si la identidad consiste en un yo que recuerda que es un yo, y si el yo deja de recordar que es un yo, pierde su identidad. Esta idea, sin embargo, resultó incómoda: ¿cómo va a depender mi identidad de que yo recuerde o no que yo soy yo? Yo sigo siendo yo aunque no recuerde que soy yo. Y también resultó difícil de asimilar al concretarse el problema con las personas con Alzheimer. ¿Tiene identidad (al margen de su nombre e identidad “oficial”) una persona que ni siquiera recuerda quién es? ¿Tiene la conciencia algún recóndito mecanismo que siga dando a esa persona un sentido de sí misma aunque pierda el recuerdo de quién es?

Ante esta cuestión apareció otra dimensión de la identidad, una dimensión que remarca el carácter social del ser humano: yo no soy solo yo porque sea un yo para mí (conciencia y memoria), sino que soy un yo porque soy un yo para los demás. Mi identidad me la otorgan los demás. Aunque haya perdido mi identidad para mí, sigo siendo un yo para quien me reconoce como tal, e incluso, como se añadiría más tarde, para quien me recuerde como tal una vez muerto.

Pero ¿cuándo empiezo yo a ser yo y cuándo dejo de serlo? Aquí también se abrieron varias posibilidades. 1) Mi identidad empieza con mi nacimiento (¿o concepción?) y termina con mi muerte. 2) Mi identidad  empieza con mi nacimiento y no termina con mi muerte, pues mi identidad perdura a la muerte del cuerpo. 3) Mi identidad preexiste a mi nacimiento y “postexiste” tras mi muerte, pues hay una consciencia superior que de alguna manera la contiene.

Aparecido el término “consciencia”, se intentó diferenciarlo del término “conciencia”, lo cual nos llevó a la cuestión de si los animales y las plantas también tienen conciencia. Salimos del problema sin acuerdo y trayendo a colación las tres almas aristotélicas.

Tras los dos primeros cafés, una participante planteó en el tercer café una cuestión para ella inquietante por su propia experiencia: por qué no podemos convertir con palabras lo que queremos decir. Hubo varias hipótesis para explicar este fenómeno. Una causa psicológica o educacional, es decir, un impedimento en la niñez para poder expresarnos abiertamente que provoca una especie de bloqueo a la hora de expresarnos. Una causa lingüística, o sea, no dominar el lenguaje. Y una tercera causa más metafísica: no podemos decir con palabras algunas cosas porque las palabras intentan referirse a cosas que no se pueden decir con palabras, pues hay una realidad que no se deja “decir”.

Tras esa indagación, se cambió drásticamente de tema y otra participante expuso su preocupación por la inmigración.  Salió el tema de la diversidad cultural como un factor que dificulta la convivencia, también apareció el miedo a “lo de fuera”, a que vengan muchos inmigrantes y nos cambien. Hasta que una participante mostró su sorpresa ante la forma en que los inmigrantes defienden y mantienen “lo suyo”. Ahora bien, pregunté yo, ¿qué es lo suyo? ¿Es solo otra forma de vestir, otras creencias, otra lengua… o es algo más? Y caímos en la cuenta de que ese algo más se trata (¿adivinas?) de la identidad, entendida ahora como todo aquello que nos identifica y con lo que nos identificamos. Y, paradójicamente, tanto ellos que vienen, como nosotros que estamos aquí, participamos del mismo miedo (por algo somos semejantes aun siendo distintos): el miedo a perder nuestra identidad, ese yo que hace que yo sea yo. Algunos de esos factores citados fueron también: la comunidad (pueblo, nación…) la lengua y cultura, las creencias religiosas o ideológicas, el cuerpo, la profesión, los hechos y acciones, la familia, los genes…

Una vez que salió el tema de la cultura y de la diversidad cultural, se planteó el binomio naturaleza-cultura en el ser humano y el hecho de si la cultura, en general, aporta, además de identidad, dignidad a la persona, lo cual nos llevó a diferenciar las culturas…

Como podéis ver, el asunto de la identidad dio mucho de sí, está más presente de lo que uno cree y dejó entrever otros muchos asuntos que se aparcaron.

Os doy las gracias a quienes participasteis en estos tres primeros cafés filosóficos: Marisa A., Lurdes, Luis, Maite, Jaione, Conchi, Pello E., Marisa, Mikel, Javi, Alberto, Bea, Carmen… (espero no dejarme a nadie). 

Y os invito a continuar los miércoles 4, 11 y 18 de julio en el mismo sitio, pero de 19:00 a 20:30. Los temas serán los siguientes:

-¿Queremos seguir siendo hombres y mujeres diferentes en algo?
-¿En qué consiste la buena educación?
-¿Debemos comprometernos de alguna manera con la sociedad?
-¿Es posible aceptar nuestra muerte?

¡Y prometo acordarme de sacar alguna foto!