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Foto: Mertxe Peña |
Algún que otro alumno ha sacado el asunto de Cataluña y me ha preguntado si la filosofía tiene alguna solución. He sentido mucho decepcionarlo, pero le contestado que la filosofía, más que soluciones, es un marco desde el que plantear cuestiones y preguntas y, de vez en cuando, dar alguna respuesta que, por supuesto, deja la puerta abierta a nuevas preguntas. Ahora bien, le he dicho, ¿cuál sería la actitud filosófica desde la que afrontar una situación así o similar? En eso sí que puedo darte algunas pistas:
- No tengas prisa por tener una opinión total y definitiva al respecto ni por posicionarte ya en un bando. La filosofía requiere tiempo para pensar y analizar lo que se hace, se dice y se piensa... y vivir en la duda y en la crítica racional, más que en las certezas. Si alguien te pregunta tu opinión o que te posiciones (y lo hace de forma sincera, pues hay mucha gente que te preguntará tu opinión para darte ella la suya) y no lo tienes claro, di, sencillamente, no lo sé, no lo tengo claro.
- Tampoco tengas miedo de cambiar de opinión, pues lo más importante de las opiniones no son las ideas que defendemos, sino los argumentos o razones que damos para defender una postura u otra. Y puedes buscar o encontrar argumentos mejores y peores que hagan que tu opinión oscile de una opinión a otra.
- Ten mucho cuidado con las ideologías (nacionalismo, comunismo, liberalismo...), ya que te "ahorran" pensar por ti mismo y te ofrecen posiciones en "pack", es decir, si eres de una ideología o partido X, tienes que estar a favor de todo lo que diga y haga ese partido o su líder y en contra de todo lo que diga y haga el otro. Sin embargo, es posible estar en una posición y, a la vez, estar de acuerdo con algo que se diga o haga desde la posición contraria.
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Foto: Mertxe Peña |
- Tampoco hagas caso de lo políticamente correcto, o sea, de las ideas dominantes en una sociedad o en un sector de ella. Ya sé que no es fácil salirse de lo que la "mayoría" piensa (o más se oye) y que fuera del rebaño hace mucho frío, sobre todo a tu edad, pero la actitud filosófica no consiste en quedar bien ante los demás para no incomodarlos o en dar cierta imagen para que piensen que yo también soy de los suyos y me acepten, sino en ser fiel a tus ideas y coherente con ellas.
- Intenta mantener la honestidad intelectual, aunque lo que veas a tu alrededor sea justo lo contrario. ¿Quieres ser honesto? Pues bien, no mientas ni engañes a sabiendas, no creas o justifiques algo solo porque refuerza tu posición, no niegues algo evidente ni escondas o manipules información porque debilita tu posición, no exageres ni tergiverses las cosas para tener razón, no insultes ni denigres a quien no piensa como tú, no seas dogmático si no estás seguro de algo, no juegues sucio y cambies los significados de palabras y conceptos que ya estaban establecidos para que signifiquen lo que a ti te interesa que signifiquen. Como somos seres simbólicos, el lenguaje es la casa del sentido. Si las palabras pierden su sentido o se lo cambiamos, se extiende la sensación de absurdo y el diálogo es imposible no porque no podamos hablar, sino porque podemos utilizar las mismas palabras y, sin embargo, tener la sensación de que hablamos idiomas distintos, tal y como podrás comprobar.
- No olvides que en la historia de la humanidad ha habido y sigue habiendo determinadas ideas muy significativas para algunas personas. Una de ellas es, por ejemplo, la idea de Dios, que responde a la pregunta sobre el sentido de la vida. Otra de ellas, que es la que se juega aparentemente aquí, es la que responde al problema de la identidad, de quién soy yo y quiénes son "los míos" (y, por lo tanto, quiénes no son los míos). Y esa es la idea de pueblo o de patria, como ya habrás adivinado, que mucha gente utiliza para definir su identidad más profunda. Estas ideas son muy delicadas e importantes para algunas personas, pero no creas que en política es oro todo lo que reluce, es decir, detrás de los altisonantes y grandilocuentes principios que oirás reiteradamente (libertad, democracia, justicia, derecho, dignidad...) suele haber otros intereses más "bajos", más propios del alma "concupiscible" platónica (tapar asuntos sucios, esconder incompetencias o errores, conseguir más dinero, más poder, más votos...).
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Foto; Mertxe Peña |
- Como ya sabes por Platón y los problemas que tuvo la democracia ateniense del siglo V a. C. en la que él vivió, y que ya hemos estudiado, uno de los problemas de la democracia es la demagogia, es decir, rehusar a argumentar racional y honestamente y levantar las pasiones y emociones de la gente (miedo, rabia, orgullo, venganza...), y convertirla en masa manipulable. Y el tema de la identidad es para algunas personas muy "emocional". Sentir emociones es inevitable, claro, pero, como también sabes por Platón, es la razón y su virtud, la prudencia en las decisiones, quien debe gobernar, tanto a cada persona como a una comunidad. Así que, en principio, desconfía de quien hable con las tripas.
- Por último, hay tres valores esenciales que también son imprescindibles en los conflictos. El primero es la responsabilidad: en lugar de culpar al otro de la situación o ir de víctima, me puedo preguntar: ¿cómo estoy contribuyendo yo a este problema?, ¿cuál es mi aportación?, ¿qué podría hacer o no hacer para mejorarlo? El segundo es la humildad: en lugar de considerar que la verdad total está en mi bando, podría considerar que mi perspectiva del asunto es, por definición, parcial y, por lo tanto, ¿qué puede haber de válido en la otra perspectiva que pueda integrar en la mía y ver así el problema desde una perspectiva más amplia? Por último, la integridad: pese a las circunstancias adversas o a los sentimientos de agravio, humillación, rencor, venganza... hacia quien no piensa como yo, ¿cómo puedo mantenerme íntegro, honesto y actuar con buena voluntad?