Fotografía: Mertxe Peña |
Antes de hablar sobre el
contenido de las sesiones, me gustaría compartir algunas experiencias que vivimos esos días.
Experiencia 1. Algunos
participantes que vinieron con miedo por el adjetivo “filosófico” se convencieron de que es
posible pensar filosóficamente sin tener ni idea de filosofía.
Experiencia 2. Fue el primer día
y la primera intervención: alguien habla, alguien no entiende a quien ha hablado,
éste se lo vuelve a explicar, la otra persona sigue sin entender. Es decir,
¿por qué cuando yo creo que hablo claro alguien no me entiende? En el tercer
café volvimos a esta cuestión e indagamos en ella. Por eso hago hincapié en la
lentitud, la escucha y la reformulación como formas de asegurar que nos vamos entendiendo.
Experiencia 3. Una nueva
participante subrayó la grata experiencia de haber encontrado un lugar donde poder
explicarse sobre un tema que se elude en la vida cotidiana pero que nos atañe
tanto como es la pregunta por uno mismo. Este es, precisamente, uno de los
objetivos de los cafés: ofrecer esa posibilidad. Somos seres pensantes y seres
lingüísticos que necesitamos, claro que sí, explicarnos.
Experiencia 4. Apareció, cómo no,
otra vez, la relación entre el pensamiento y el lenguaje debido, por una parte,
a la dificultad de encontrar las palabras adecuadas para articular nuestros
pensamientos y, por otra, a la dificultad de definir las palabras que
utilizamos habitualmente y establecer diferencias con otras palabras. Así
ocurrió con términos como “conciencia” y “consciencia”, “identidad” y
personalidad”, “cultura”,“dignidad”, etc.
Experiencia 5. Curiosa ha sido
también la experiencia de topar con lo inefable, es decir, de no poder
convertir en palabras determinadas intuiciones o ideas por considerar que se
refieren a una realidad que está más allá de lo expresable. Es lo que
Wittgenstein llamaba el ámbito de “lo místico”, sobre el cual recomendaba, por
cierto, guardar silencio.
Experiencia 6. Pensar filosóficamente
requiere aprender a hacerse responsable de lo que uno piensa y dice y, sobre
todo, de sus implicaciones. Nuestras ideas no están aisladas en nuestra mente,
están conectadas entre sí y, por lo tanto, es posible que caigamos en
contradicciones, que digamos una cosa que no es coherente con otra. Estas
contradicciones son inevitables y necesarias para aprender a pensar con rigor y
con sentido autocrítico. No recuerdo quién dijo que solo las bestias y los dioses
no pueden ser “filósofos”, es decir, amantes de la sabiduría: las unas porque
no pueden acceder a ella, los otros porque ya la tienen. Solo el hombre está
en medio, entre la ignorancia y la sabiduría. Basta con empezar a pensar para
caer en contradicciones. Lo inteligente (y lo sano desde un punto de vista
mental) es aprender a detectarlas, aceptarlas y superarlas.
Experiencia 7. Otra nueva
participante, al no conocer el carácter lento del diálogo filosófico,
experimentó algo habitual en nuestra cultura debido a nuestro estilo
“acelerado” de vida: que no avanzábamos. Pero en los cafés filosóficos no
pretendemos llegar a ningún sitio concreto. Es una exploración en torno a las
ideas que manejamos. Por supuesto, casi siempre alguien llega, siguiendo con el
símil de la exploración, a algún claro, a alguna una idea que, por alguna razón
relacionada con su experiencia o situación, es especialmente significativa y
clarificadora, pero como un lugar de paso al que se llega sin querer.
Fotografía: Mertxe Peña |
Experiencia 9. Otro participante
más veterano puso de relieve que en los cafés había pensado en cosas que no
había pensado nunca. ¡Claro! La filosofía nos lleva a territorios ignotos,
sorprendentes, impensables, que ni sospechábamos que existían, incluso
vertiginosos, pues en ocasiones visitamos sus
límites. Todo amante de la filosofía es un aventurero que tiene la
valentía de salir del modelo mental en el que vive. No en vano Kant formuló la
actitud filosófica como un “atreverse” a pensar por uno mismo, pues era
consciente de que la tendencia mayoritaria era (y sigue siendo) la contraria,
la de no salir de mis propias ideas para no sentir miedo o inseguridad.
Ni qué decir que a mí me
satisface mucho escuchar estas experiencias cuando al final de cada sesión les
pido a los participantes que hagan una valoración de la misma.
Así pues, ¡bienvenidos a la
filosofía!
Otro día hablaré de las ideas que
surgieron en torno a la identidad.