Fotografía: Carlos Mediavilla Arandogoyen |
En el café filosófico del pasado jueves 9 de julio cambiamos los papeles: Itsaslore se ocupó de guiar el café y yo fui un
participante más. Nos juntamos cuatro personas (Iskandar, Itsaslore, Olatz y yo
mismo), lo cual fue una experiencia nueva, pues dio lugar a un ambiente mucho
más distendido, casi de entre amigos, aunque las ideas y los problemas brotaron de
igual manera en casi las dos horas que fluyeron sin darnos cuenta.
¿Qué necesidades cubre el ser humano en la fiesta?
Ésta fue la pregunta sobre la que consensuamos filosofar en el último
café (9 de julio de 2020). Relacionamos fiesta con diversión, el desenfreno, la
celebración, el desfase, con ese tiempo diferente del tiempo de la
productividad o trabajo, y consecuentemente, con un tiempo al que enfrentarnos
desde la libertad de elección ya que se contrapone al tiempo de obligación. Es
por ello interesante pararnos a pensar qué elegimos hacer durante la
festividad, qué nos pide el cuerpo, el corazón, y qué nos permite la mente.
Ahondamos brevemente en aclarar cómo somos los seres
humanos para que queramos organizar fiestas, para que celebremos ritos o actos
estructurados, y, asumiendo como Aristóteles que somos animales sociales (zoon
politikon), entendimos la fiesta como un encuentro con el otro, parte del
aspecto social y comunitario del ser humano. Por ello discutimos, sin llegar a
un acuerdo, si era posible o no celebrar una fiesta en soledad. ¿Es posible
hacer una fiesta estando solo/a? Quien defendía el sí apostaba por comprender
como fiesta cualquier cambio en la vida, cualquier celebración que implicara
una intención conmemorativa de esos cambios, actos o hitos que nos suceden cada
día. ¡La vida entera como fiesta! Y la clave para llevarlo a cabo no es otra
que el famoso “carpe diem”. Hubo quien argumentó que no es posible celebrar una
fiesta en soledad, aludiendo al hecho de que la fiesta es parte del aspecto
social humano, que supone una intención de encuentro con el otro. Por ello,
aunque el otro no esté cerca y uno esté en soledad, no se puede decir que esté
solo en la medida en la que hay un objetivo compartido, común con el resto de
personas. Asumiendo al ser humano, además, como ser simbólico, hubo quien
propuso la fiesta como celebración y renovación de significados compartidos, un
“ponerse de acuerdo” en lo importante de la vida: nacimiento, muerte, fiestas
populares, ritos en los que se renueva la convivencia…
Siguiendo con la asunción de la fiesta como lugar de
resignificación de las experiencias de la vida, se apuntó que es también un
espacio para dar sentido y canalizar de modo saludable las pulsiones de vida,
así como un rito de agradecimiento social. La fiesta cubre la necesidad de
gozar, de descansar, de elaborar significados, de superar crisis, de celebrar…
y desde un punto de vista psicológico, aludiendo a un superyo que nos aporta creencias, valores, leyes y normas, entendimos que es importante compensar en
la libertad festiva ese desfase o embriaguez que le caracteriza, para
disfrutarla sanamente, como dirían los estoicos, en su justa medida.
Así terminamos preguntándonos para
qué habría que usar la fiesta y qué uso hacemos de la fiesta, por ejemplo, como
periodo vacacional ya instaurado, proponiendo una última cuestión para un
próximo encuentro filosófico: ¿cómo gestionar el tiempo de una forma adecuada
en la vida para la satisfacción y el bienestar?
¡Muchas gracias!
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