sábado, 18 de julio de 2020

¿QUÉ NECESIDADES CUBRE EL SER HUMANO EN LA FIESTA?

Fotografía: Carlos Mediavilla Arandogoyen

En el café filosófico del pasado jueves 9 de julio cambiamos los papeles: Itsaslore se ocupó de guiar el café y yo fui un participante más. Nos juntamos cuatro personas (Iskandar, Itsaslore, Olatz y yo mismo), lo cual fue una experiencia nueva, pues dio lugar a un ambiente mucho más distendido, casi de entre amigos, aunque las ideas y los problemas brotaron de igual manera en casi las dos horas que fluyeron sin darnos cuenta.

¿Qué necesidades cubre el ser humano en la fiesta? Ésta fue la pregunta sobre la que  consensuamos filosofar en el último café (9 de julio de 2020). Relacionamos fiesta con diversión, el desenfreno, la celebración, el desfase, con ese tiempo diferente del tiempo de la productividad o trabajo, y consecuentemente, con un tiempo al que enfrentarnos desde la libertad de elección ya que se contrapone al tiempo de obligación. Es por ello interesante pararnos a pensar qué elegimos hacer durante la festividad, qué nos pide el cuerpo, el corazón, y qué nos permite la mente.

Ahondamos brevemente en aclarar cómo somos los seres humanos para que queramos organizar fiestas, para que celebremos ritos o actos estructurados, y, asumiendo como Aristóteles que somos animales sociales (zoon politikon), entendimos la fiesta como un encuentro con el otro, parte del aspecto social y comunitario del ser humano. Por ello discutimos, sin llegar a un acuerdo, si era posible o no celebrar una fiesta en soledad. ¿Es posible hacer una fiesta estando solo/a? Quien defendía el sí apostaba por comprender como fiesta cualquier cambio en la vida, cualquier celebración que implicara una intención conmemorativa de esos cambios, actos o hitos que nos suceden cada día. ¡La vida entera como fiesta! Y la clave para llevarlo a cabo no es otra que el famoso “carpe diem”. Hubo quien argumentó que no es posible celebrar una fiesta en soledad, aludiendo al hecho de que la fiesta es parte del aspecto social humano, que supone una intención de encuentro con el otro. Por ello, aunque el otro no esté cerca y uno esté en soledad, no se puede decir que esté solo en la medida en la que hay un objetivo compartido, común con el resto de personas. Asumiendo al ser humano, además, como ser simbólico, hubo quien propuso la fiesta como celebración y renovación de significados compartidos, un “ponerse de acuerdo” en lo importante de la vida: nacimiento, muerte, fiestas populares, ritos en los que se renueva la convivencia…

Siguiendo con la asunción de la fiesta como lugar de resignificación de las experiencias de la vida, se apuntó que es también un espacio para dar sentido y canalizar de modo saludable las pulsiones de vida, así como un rito de agradecimiento social. La fiesta cubre la necesidad de gozar, de descansar, de elaborar significados, de superar crisis, de celebrar… y desde un punto de vista psicológico, aludiendo a un superyo que nos aporta creencias, valores, leyes y normas, entendimos que es importante compensar en la libertad festiva ese desfase o embriaguez que le caracteriza, para disfrutarla sanamente, como dirían los estoicos, en su justa medida.

Así terminamos preguntándonos para qué habría que usar la fiesta y qué uso hacemos de la fiesta, por ejemplo, como periodo vacacional ya instaurado, proponiendo una última cuestión para un próximo encuentro filosófico: ¿cómo gestionar el tiempo de una forma adecuada en la vida para la satisfacción y el bienestar?

¡Muchas gracias!



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