sábado, 7 de enero de 2023

FILOCAFÉ: ¿DEBEMOS DEMOCRATIZAR LA DEMOCRACIA?

 Filocafé del 4 de enero de 2023 en Zumarraga. Preguntas:

  • Filocafé en Zumarraga, enero 2023
    ¿Qué está fallando el la educación?
  • ¿Por qué somos tan crédulos?
  • ¿Cómo responderíamos a nuevas medidas restrictivas como el confinamiento?
  • ¿Cuál es el sentido de la filosofía?
  • ¿Hasta cuándo tienen que creer los niños en los Reyes Magos y Olentzero?
  • ¿Debemos democratizar la democracia? (Fue la elegida).

En cuanto al contenido, el diálogo giró en torno a si se puede o no democratizar (mejorar o regenerar) la democracia. Para algunos, la democracia no se puede mejorar ya que, aunque ésta tiene unos mecanismos de mejora, no se pueden utilizar porque el poder tiene el sistema "bien atado". La única manera de democratizar la democracia sería a través de una revolución pacífica o a través de la violencia. Para otros, esos mecanismos de mejora son válidos y se utilizan a través de determinados requisitos procedimentales y legales; lo que pasa es que muchas cosas no se cambian no porque no se pueda, sino porque no existe una mayoría abrumadora que quiera esos cambios. Si así fuera, los cambios en democracia serían posibles.

Sin embargo, prefiero destacar algunos aspectos relacionados con la forma en que transcurrió la sesión:

  • La importancia de mantenernos en el significado convencional que las palabras tienen, ya que, por ejemplo, se utilizaron los términos "democracia" y "tiranía" (distinción que ya estableció Platón en el libro VIII de La República) para referirse un mismo sistema político . Otro ejemplo recurrente es el del término "pueblo", que se usó, como ya es habitual, de dos maneras distintas. Para unos, es un conjunto homogéneo de gente que es oprimida por el sistema, el poder o los políticos. Para otros, el pueblo es más bien un conjunto heterogéneo de ciudadanos con ideas e intereses distintos y hasta opuestos que hay que armonizar y que no forma una mayoría homogénea.
  • La importancia de someternos a la lógica de nuestras propias palabras. Esto quiere decir que, si doy por verdaderas ciertas ideas, la razón me obliga a aceptar no cualquier conclusión, sino la que se deriva racionalmente de ellas. Esto ocurrió, por ejemplo, con el término "partitocracia" y con la dificultad para concluir que se trataba de un problema cuando se estaba planteando como un problema, como una degeneración de la democracia.
  • Los dos aspectos anteriores se reflejan cuando en muchos diálogos se utiliza la expresión "para mí...", que es totalmente legítima a la hora de expresar una opinión subjetiva, pero que a veces da a entender que yo tengo una racionalidad y lógica propias. Sin embargo, como nos recordaba Descartes, "el buen sentido (la razón) es la cosa mejor repartida del mundo", es decir, que compartimos la misma racionalidad, luego el diálogo filosófico, además de racional, deber ser razonable. Ser razonable es intentar armonizar mi razón (ese "para mí...") con la de los demás, y no mantenerme en ese "para mí..." como si fuera una torre en la que me encierro y en la que los demás no pueden entrar; pues esta actitud nos dificulta escuchar y entender al otro y hace que me vuelva impermeable al razonamiento de los demás. Este carácter razonable queda simbolizado por el círculo alrededor del cual nos sentamos en los cafés: ese círculo pretende ser la razón común.
  • La importancia de ser conscientes de nuestros prejuicios. Quizá por ser un tema político, algunas intervenciones parecían más discursos ideológicos muy sesgados, mientras que la actitud filosófica es la del análisis y cuestionamiento crítico y autocrítico de las ideas que exponemos no como si fueran afirmaciones que ni siquiera necesitan ser probadas, sino como hipótesis ofrecidas desde la humildad, desde la posibilidad de estar equivocados o tener solo una parte de razón. Por ello, conviene recordar, otra vez, a Descartes y su primera regla del método: "no admitir jamás cosa alguna como verdadera sin haber conocido que así era, es decir, evitar con sumo cuidado la precipitación y la prevención, y no admitir en mis juicios nada más que lo que se presentase tan clara y distintamente a mi espíritu, que no tuviese motivo alguno para ponerlo en duda". 
  • Un ejemplo de prejuicio ideológico. Se trasladó el tema de la democracia a las huelgas de trabajadores, donde se suele dar un conflicto de derechos: el derecho individual al trabajo (lo cual puede dar lugar a que alguien se desvincule de la votación y de lo que la mayoría decida) y el derecho colectivo y vinculante a la huelga. Dependiendo de qué valoremos más, nos parecerá más democráctica una cosa (libertad de decisión personal) u otra (libertad de decisión colectiva y vinculante de la mayoría). Pues bien, soltar en ese momento de análisis crítico que a quien no hace huelga se le ha conocido siempre como un "esquirol" (con la connotación que tiene este término), es un claro ejemplo de prejuicio ideológico que intenta simplificar de una manera burda un problema más complejo. Esto me hizo pensar en que la ideología puede actuar como un obstáculo para la reflexión crítica.
  • La importancia de ser conscientes del propósito que tenemos a la hora de hablar: responder a la pregunta, plantear una pregunta, explicar algo concreto, dar una opinión, definir un término, hacer una crítica, interpretar un término. No siempre lo tenemos claro, pero pienso que nos ayuda a clarificar nuestros pensamientos a la vez que ayudamos a los demás a entendernos mejor.

Gracias a los participantes por su asistencia y también por su disposición, en esta era de redes sociales, a dialogar cara a cara con gente en muchos casos desconocida y sometiéndose a unas normas de pensamiento crítico.

Gracias al ayuntamiento de Zumarraga por la cesión de las salas y a la Casa de Cultura por su atención.


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