Mientras que la responsabilidad es constructiva,
respetuosa con la persona y basada en la aceptación del error y el aprendizaje a
partir de él, la culpabilidad mal
entendida es destructiva, genera autodesprecio, derrotismo e impotencia. Esta
culpabilidad, enraizada en nuestra cultura a través, sobre todo, de la
religión, ha sido utilizada de manera, a mi entender, insana. Recuerdo que,
después de hacer la primera comunión, solía ir a misa los domingos. A mí
siempre me sentó bien la religión: las entretenidas narraciones de la historia
sagrada, el buen y comprensivo Jesús de Nazaret, el ambiente estético-sagrado
de las iglesias y el olor a incienso, las canciones, el alivio de poder dar un
sentido trascendente a la vida, a la muerte, al dolor… Quizá por ello la misa era
para mí como una renovación emocional, la ducha espiritual de los domingos. Y a
lo largo de la ceremonia yo notaba que me henchía y mi alegría y autoconfianza
iban aumentando.
Sin embargo, había una parte de
la misa en la que toda esa grandeza, se venía abajo...