miércoles, 6 de julio de 2016

SOBRE LA EZPATA-DANTZA, LOS NUEVOS PANTALONES BOMBACHOS Y LOS CHICOS Y CHICAS

Durante casi 10 años formé parte de la Banda de Chistularis de Zumarraga (tocaba el chistu o flauta de tres agujeros). Aparte de los pasacalles, alardes, conciertos... que dábamos a lo largo del año, el momento estelar era tocar la ezpata-dantza (baile de las espadas) el día 2 de julio. Año tras año tuve que ir aprendiendo a sincronizarme con mis compañeros txistularis y también con los dantzaris para tocar y "bailar" la partitura. Debido a que algunos dantzaris cambiaban de un año a otro, fui conociendo y comparando distintos estilos y creándome un gusto, es decir, unos criterios para apreciar y valorar qué forma de bailar me gustaba más o menos y por qué. Básicamente, los criterios que utilizaba y que sigo utilizando, además de la técnica agilidad supuestas, son tres: elegancia, brío, y estatura.

ELEGANCIA. La elegancia se consigue ejecutando los movimientos sin brusquedad ni rigidez, sin urgencia pero tampoco ralentizándolos. Para mí, la ezpata-dantza debe transmitir levedad y ligereza en saltos, cabriolas y movimientos en general pero también cierta gravedad. Por ejemplo, me encantan los dantzaris que flotan durante unos segundos en el aire y luego se dejan caer, como si representaran un juego entre el espíritu que asciende y se sostiene en el aire y el cuerpo que vuelve a tierra. También se consigue la elegancia haciendo que, aunque sean las piernas y brazos los protagonistas, sea todo el cuerpo el que se mueva de forma armoniosa: el tronco y la cabeza erguidos y la mirada altiva pero vuelta hacia el interior, expresando solemnidad y transcendencia. El dantzari debe estar concentrado y sujeto a cada paso y, a la vez, libre y espontáneo para crear arte en movimiento.

BRÍO. El brío está relacionado con la elegancia, porque el brío es, para mí, la fuerza contenida, la potencia comedida y ajustada a un canon. No hay que olvidar que los protagonistas del baile portan espadas y puñales cortos, o sea, armas de guerra, y no velas o flores. Por eso, el dantzari debe ser, para mi gusto y sea hombre o mujer, airoso, gallardo y mostrarse resolutivo en los tajos y puñaladas que da al aire. No sé cuál sería su origen, pero yo veo este baile como una ofrenda de armas hecha por unos guerreros que se encomiendan e invocan a poder transcendente y superior. Sin embargo, el dantzari debe combinar la fuerza y el vigor con la virtud y gentileza, la energía con la fineza. De la unión de estos conceptos aparentemente contradictorios, nace, a mi juicio, la belleza misteriosa de este baile.

ESTATURA. Podría citar a muchos dantzaris que me han gustado, pero el primero con el que vibré de verdad fue el difunto Pello Areizaga. Recuerdo que lo conocí en un ensayo y cómo aluciné, sobre todo, cuando al término del belauniko (baile de rodillas), se levantó como un resorte para bailar el puntua (punto), dando saltos y tijeretas, y continuó con el emocionante tercer movimiento para, con toda su estatura y envergadura, casi levitar con ímpetu en el aire. Me quedé boquiabierto. Quizá por esa primera experiencia, a mí me gustan más los dantzaris altos y espigados pero tampoco excesivamente enjutos. Pienso que la ezpata-dantza (y el ballet y la danza en general) luce más con cuerpos partir de cierta estatura, ya que las piernas y los brazos largos realizan un recorrido mayor y realzan los movimientos y hacen que duren más y sean más apreciables y expresivos. 


Entiendo que bailar la ezpata-dantza sea un modo de participación para la juventud y que, indudablemente, no todos los dantzaris sean altos ni tienen por qué serlo, aunque yo lo prefiera. Sin embargo, los pantalones ajustados que se utilizaban hasta hace dos años, ayudaban a estilizar las piernas, a alargarlas para que el dibujo de éstas al bailar fuera mayor. Pero los nuevos pantalones bombachos que lucen los y las ezpata-dantzaris quizá den más holgura y libertad de movimientos pero, a mi juicio, crean un efecto que no me gusta por varias razones. En primer lugar, contrastan excesivamente con la tradición anterior, asemejándose más a los pantalones turcos o árabes o a una especie de falda-pantalón y, en mi opinión, abomban y embotan (de "meter en un bote") la figura del dantzari desde la cintura hasta las rodillas y hacen que se pierda la silueta de las piernas, de tal forma que los bailarines me recuerdan más a redondos tentempiés que a bailarines vascos. Además, los bombachos hacen que los movimientos de las piernas se pierdan entre un vaivén de tela sobrante que desdibuja las tijeretas, cabriolas y brincos propios de la ezpata-dantza. Más que dos piernas, yo veo dos sacos que ondean como banderolas de aquí a allá ocultando, como digo, el movimiento estilizado de las piernas. Y, por último, los bombachos acortan la pierna de los dantzaris altos pero, sobre todo, las piernas de los y las dantzaris que ya, de por sí, no son tan altos. 

Tampoco conozco las razones que llevaron al cambio. Como ha coincidido con la incorporación de las chicas, supongo que se ha querido diseñar una prenda más unisex. Pero no termino de comprender por qué las chicas no podían vestir el pantalón tradicional, más estilizado, incluso habiéndolo anchado un poco más, pero no hasta el extremo de eliminar la forma recta de las piernas.

Por último, me alegra que, si las chicas querían bailar un baile tradicionalmente masculino, la incorporación de éstas se haya hecho con naturalidad (y hasta con discreción y casi demasiado secretismo). No seré yo quien diga a nadie lo que debe querer o no querer bailar, pero intuyo que la ezpata-dantza provoca ahora entusiasmos y ovaciones por el hecho de que sean chicas las que bailen, o sea, que, más que la ezpata-dantza en sí misma, lo que les gusta a algunas personas es que sean las chicas quienes la bailen, lo cual perjudica a la ezpata-dantza y a la propia mujer. Porque la ezpata-dantza no es un concurso ni una competición, ni las chicas recién incorporadas deben demostrar nada a nadie. La ezpata-dantza tampoco debe ser una causa por la que luchar, ni un ámbito a conquistar (o ya conquistado) para aumentar el "empoderamiento" de la mujer en la sociedad, pues todo ello no sería más que una burda utilización de algo que está más allá. Porque la ezpata-dantza es, ante todo, arte y, como tal, es inútil y desinteresado, o sea, no sirve para nada que no sea proporcionar placer estético y acercarnos a lo sublime: el dantzari es un escultor que se esculpe a sí mismo con cada movimiento al compás de una música, creando una escultura viviente de belleza efímera pero profunda ante un público. Y esa creación debe hacerse desde la entrega sincera y auténtica del artista que baila, sea hombre o mujer, sí, pero intentando equilibrar tradición e innovación. Y ya hay una tradición, un estilo de baile "esculpido" por excelentes dantzaris que a mí me gustaría que se mantuviese. Y luego, pero luego, que cada cual dé a ese arte el significado que quiera: religiosidad, sentimiento de pertenencia, identidad cultural o política, tradición popular, hermandad o comunidad, vínculo y cohesión familiar o social...

Por cierto, ¿alguien puede explicarme qué ha ocurrido este año con los chicos del grupo Irrintzi y por qué de 14 dantzaris solo 2 o 3 eran chicos? ¿Faltan chicos en el grupo? ¿Han sorteado quién bailaba y les ha tocado a las chicas? ¿Se ha hecho una discriminación positiva y desigual hacia la mujer para normalizar su presencia? ¿La proporción entre chicos y chicas ha sido algo casual o ha marcado una tendencia pendular futura hacia una ezpata-dantza de mujeres? 

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