Fotografía: Mertxe Peña |
Lo peor, el calor. He llegado a asarme en ese mismo local en invierno debido al calor que desprendían los radiadores de la calefacción y nos hemos asado también en julio debido igualmente al calor húmedo que padecemos aquí y que va aumentando con la conversación. Una pena que la Casa de Cultura no cuente con algún aula o local refrigerado para poder pensar y conversar sin sudar.
Lo mejor, la actitud de los participantes. Exceptuando una persona que el último miércoles salió decepcionada porque vino con unas expectativas distintas, el resto de participantes han valorado que exista un foro presencial donde quien quiera pueda acudir a pensar y dialogar con cierto rigor sobre temas de diversa índole personal o social. Eso es lo que yo ya había detectado: que hay un sector de la ciudadanía, con una actitud crítica e inconformista y que se ha ido desengañando de los foros de las redes sociales, que necesita espacios donde practicar la filosofía, el sentido crítico y el librepensamiento, algo esencial para vivir personalmente con cierta dignidad y percibir la democracia como un espacio de compromiso y una experiencia comunicativa entre ciudadanos que quieren pensar por sí mismos.
Por eso, el café filosófico no es un lugar donde el filósofo hable y diga a la gente allí reunida qué debe pensar o cómo debe vivir. Bastante bombardeados estamos ya de, como diría Kant, tutores que nos dicen cómo hacer absolutamente todo. La filosofía, en cambio, solo pretende que te emancipes, que te hagas cargo de ti mismo, que te apropies de tu capacidad de pensar y que lo hagas con conciencia y con rigor. Y que contrastes tus ideas con las de otros. Por eso me gusta cuando alguna participante echa en falta algo de discordia y desacuerdo. Claro, un café filosófico no es un lugar donde decir amén a lo que dicen los demás en medio de beatíficas miradas, sino un lugar donde vas a a contrariarte con lo que dicen los demás, donde vas a contradecirte, a dudar de tus ideas y a marcharte pensativa porque algo que tú creías cierto, ya no lo es tanto. Pero estamos tan cómodamente instalados en lugares comunes y políticamente correctos...
El lema de la filosofía es tan sencillo y complejo a la vez: piensa, piensa, piensa. Sencillo porque todo el mundo piensa y complejo porque no todo el mundo piensa de manera filosófica, es decir, de manera eficaz, ordenada, lenta, metódica y rigurosa. Pues eso es lo que pretendemos hacer en los cafés filosóficos.
Fotografía: Mertxe Peña |
Como es habitual, en los cafés de julio se propusieron distintos temas y se eligió por votación cuál tratar. Por una parte abordamos la pregunta de si debemos comprometernos de alguna manera con nuestra sociedad. El acuerdo fue bastante unánime: sí, debemos comprometernos y el compromiso consiste en asumir la responsabilidad de mejorar la sociedad, lo cual puede llegar suponer, como dijo alguien, dar un sentido a la vida. Sin embargo, fue curiosa la idea a la que llegamos de que se puede mejorar la sociedad cambiando aspectos de ella o conservando otros. Hubiera sido interesante profundizar en qué cosas hay que cambiar y cuáles hay que conservar.
También abordamos la cuestión de si es posible llegar a aceptar la propia muerte. Aunque también hubo bastante acuerdo, trabajamos con varios conceptos: aceptación y su diferencia con "onartu", la resignación, la necesidad de eliminar la disyunción entre ambas posturas y hablar de momentos de negación, resignación y de aceptación y serenidad ante una experiencia tan única, tan intransferible y tan necesaria.
Solo me queda agradecer a todos los asistentes que en junio y julio se han acercado a algún café filosófico y que, en total, habrán sido unos 25. Teniendo en cuenta que cuando el año pasado me propuse llevar a cabo la iniciativa, contemplaba la posibilidad de que no se hiciera debido a que no fuera nadie o casi nadie, me parece todo un éxito. Así pues, gracias a Marisa A., Lurdes, Luis, Maite, Jaione, Conchi, Pello E., Marisa L. Mikel, Javier M., Alberto, Bea, Carmen, Pili A., Pili B., Igarki, Sorkun, Blanqui, Ekaitz, Joxe, Gorka, Koldo, Javier… y creo que me dejo a alguien.
Gracias especiales a Mertxe, mi mujer, por participar y, además, hacer las fotos de las sesiones.