En el café del viernes 14 de junio, se propusieron tres temas:
¿Tenemos que aceptar las donaciones de Amancio Ortega?
¿Somos conscientes de ser agradecidos?
¿Debemos decir siempre la verdad?
Café filosófico en Zumarraga (14-06-2019). Foto: Mertxe Peña |
Salió elegido el último y, en un primer momento, alguien propuso definir qué es la verdad. La empresa no salió nada mal: se llegaron a distinguir dos tipos de verdad, una sobre hechos, y por lo tanto, más objetiva (algo ha ocurrido o no ha ocurrido); y otra sobre gustos y valoraciones, y por lo tanto más subjetiva (lo ocurrido me parece bien o mal, correcto o incorrecto, bonito o feo...).
Las primeras respuestas defendieron que no hay que decir siempre la verdad si, diciendo la verdad, provocamos un daño o perjuicio a alguien. Sin embargo, una persona defendió que provocar dolor diciendo la verdad es necesario, porque conocer esa verdad, aunque sea dolorosa, nos ayuda a pensar, a crecer y a desarrollarnos. Otras respuestas incidieron en el sí, en la necesidad de decir siempre la verdad, bien sea por imperativo moral o, como puede ocurrir en un juicio, por imperativo legal, también porque ello contribuye a crear una sociedad más justa o por tener más y mejores relaciones sociales. Frente a esta obligación de tener que decir la verdad, también hubo quien defendió el derecho a poder decidir libremente cuándo decir la verdad y cuándo mentir.
Curiosamente, coincidió que, quienes defendían la necesidad de mentir eran mujeres y, quienes defendieron la necesidad de decir la verdad eran hombres. Y se me ocurrió indagar si podría haber alguna relación. Se propusieron dos hipótesis que, en un principio nos parecieron plausibles. La primera es que, históricamente, la situación opresiva de la mujer ha provocado que haya tenido más necesidad de mentir, cosa que no les ha ocurrido a los hombres. La segunda hipótesis es que, debido a esto, la mujer ha desarrollado más la empatía y, por lo tanto, tiene más cuidado a la hora de provocar un daño diciendo la verdad.
Se trató también la incoherencia de los padres que nos empeñamos en inculcar en los hijos el principio de decir siempre la verdad cuando, en realidad, todos sabemos que lo habitual es no hacerlo en ningún ámbito, ni en el ámbito de la pareja o familia, en el trabajo o entre los propios amigos o conocidos. Se introdujo pero no se trató el hecho de que muchas veces no decimos la verdad y lo justificamos en el daño que vamos a provocar a alguien, cuando, en realidad, no es por eso, sino porque no nos atrevemos a decirla. También apareció el hecho sacralizar la verdad y utilizarla como una forma de control social.
Después de dos horas, quedaron muchos flecos sueltos y muchas dudas abiertas al respecto, pero fue un placer poder dialogar sobre este tema de una manera rigurosa, profunda y amena con los participantes.
Este viernes 21, tercer café filosófico de junio a las 18:00 en la Casa de Cultura de Zumarraga.