La vi por primera vez hace años,
cuando fue estrenada en 1995. Entonces me pareció una simple película de
escoceses e ingleses, de buenos y malos, de bonitos paisaje y encarnizadas
batallas (si la vais a ver con niños, cuidado, porque tiene tres o cuatro
escenas cruentas). Incluso caí en su día en la comparación simplona de los
escoces con los vascos y de los ingleses con los españoles. La semana pasada la
volví a ver con mi familia en la sesión de cine que organizamos los miércoles
y, tengo que confesarlo, no es la misma película que vi hace 19 años. Aunque me
siga pareciendo un tanto previsible y maniquea, al estilo de Holliwood, ahora
creo que es un magnífico ejemplo de valores como la integridad y la honestidad,
encarnados en el protagonista William Wallace. Dicho de otra manera, los buenos
de la película son buenos porque creen apasionadamente en sus ideales y valores
y son fieles a ellos, son buenos porque cumplen sus promesas y compromisos y
porque son magnánimos con las otras personas, incluso con sus antagonistas. Y
los malos son malos porque son ruines, porque no tienen valores, sino precio, y
se venden por cualquier prebenda, pedazo de tierra o poder; son malos porque
incumplen sus promesas y compromisos y porque tratan a las personas como medios
para alcanzar sus fines.
jueves, 23 de octubre de 2014
lunes, 13 de octubre de 2014
AHORA MÍRATE A LOS OJOS... Y DILO
Clica en el enlace debajo de este texto. Pon la
pantalla completa. Entra sin reparos en la escena. Ponte los auriculares o sube el volumen. Saborea la musicalidad del idioma francés y lee los créditos
en caso de que no lo entiendas. Imagínate que tú eres él (André) y déjate
llevar por ella (Angela). No importa qué ha ocurrido antes ni qué ocurrirá
después de esta escena. Te basta con saber que están ahí, delante de ti y que
tú los observas. Responde a las
preguntas que ella te hace y haz lo que te pida que hagas. Da igual que seas
tan reticente como él. Empatiza y simpatiza con él. Lee en su gesto
cabizbajo el temor a mirarse a sí mismo. Métete
dentro de su mirada doliente. Estás frente a él. Tú eres su espejo y él es el
tuyo. No apartes tu mirada. Aguanta el
silencio…. Tú eres él y él es tú. Siente con él lo que todos alguna vez hemos
sentido, da forma a las palabras necesarias, pronúncialas y deja que broten desde
dentro.
Y ahora mírate al espejo... y dilo.
Y ahora mírate al espejo... y dilo.
domingo, 5 de octubre de 2014
LA MUJER MÁS SABIA DEL MUNDO
“Como cada día al
salir el sol, Nasser y su padre estaban lavando a orillas del Ganges. Padre e
hijo aprovechaban el tiempo del baño para hablar distendidamente de asuntos
triviales y bromear, pero esa mañana el progenitor tenía el rostro
apesadumbrado.
-¿Ocurre algo, padre?
– preguntó Nasser
-Los días pasan, los
años se suceden y la vida consume inexorablemente sus etapas…
-El padre de Nasser
hizo una pausa reflexiva y se quedó mirando a los ojos de su hijo-. Tu vida
debe iniciar una nueva etapa; ya tienes quince años y debes casarte.
-¿Casarme? Pero si ni
siquiera conozco a ninguna mujer que me parezca interesante. Ninguna que esté a
mi altura.
-¿Interesante?¿A qué
te refieres? Lo importante es que te cases con una buena mujer, que tenga una
buena dote, que esté fuerte y sana para criar a tus hijos… De hecho, ya he
hablado con los padres de la que considero será una buena esposa para ti.
-¿Una buena esposa? Yo
no quiero una buena esposa, ni una esposa rica, ni siquiera una mujer guapa ni
fuerte. ¡Quiero una mujer inteligente y sabia!
Nasser y su padre
estuvieron discutiendo durante varias horas ante la negativa del hijo a casarse
con quien no había elegido. Al final, el padre, enfadado, sintiéndose
deshonrado por la actitud del hijo, decidió expulsarlo de su casa y le prohibió
volver si no era con la mujer más sabia del mundo.
Diez años después, el
padre se encontraba en la puerta de su casa. Como cada día, trenzaba cuerdas
que luego utilizaba para confeccionar cestas cuando se detuvo ante él un
hombre. Era alto y fuerte, vestía de inmaculado blanco y lucía una larga y
poblada barba. Era un monje.
-¿En qué puedo
serviros, buen hombre?
-Me bastará con que me
dejes entrar de nuevo en tu casa.
Los ojos del padre se
vidriaron. Aquel hombre era Nasser, su único hijo varón, al que un día había
expulsado de su casa. Su cuerpo había cambiado tanto que casi no lo había
reconocido. El padre con expresión desafiante le preguntó:
-¿Vienes solo?
-Sí, padre.
-¿Y dónde está la
mujer sabia con la que habías de regresar?
-No era para mí, por
eso abracé la religión y opté por el celibato. ¿Puedo entrar en tu casa, padre?
-Si antes me cuentas
por qué vienes solo.
-He pasado años
recorriendo el país, visitando todas y cada una de sus aldeas y pueblos. En
cada uno de ellos me he detenido para conocer a la mujer más sabia del lugar. Y
en todos ellos, cuando preguntaba por tan singular dama, si bien me presentaban
a una hembra increíblemente sabia, siempre me decían que en otra aldea había
una que lo era más. Así las cosas, he conocido a decenas de mujeres presuntamente
sabias, hasta que en una aldea hallé a la más sabia entre las sabias.
-¿Cómo era?
-Te habría gustado,
puesto que era guapa, rica, amable, fuerte y sana, como tú pretendías cuando
decidiste casarme; pero sobre todo era sabia, muy sabia. Dominaba la poesía, la
matemática, la astronomía y la historia. Conocía la mitología de todos los
dioses de las distintas religiones que moran en nuestro país; en fin, era
perfecta.
-¿Y por qué no está
contigo?
-Porque ella también
estaba buscando al hombre más sabio del mundo y… al parecer no soy yo.”
La historia nos
conduce a reflexionar sobre la vanidad y la modestia. Nos invita a que
potenciemos el autoconocimiento, a que seamos conscientes de nuestras virtudes,
defectos y, por supuesto, limitaciones. La historia nos llama la atención sobre
la necesidad de ser modestos y prudentes, de alejar la soberbia y la
prepotencia de nuestra vida, no sólo en la búsqueda de la pareja como en la
historia, sino en todo lo que hagamos. Nos dice que es un error creer que sólo
merecemos lo mejor porque somos poco menos que exquisitos e inalcanzables.
Precisamente es la vanidad lo que hace que el joven Nasser parta en busca de la
mujer más sabia del mundo. Como él mismo le cuenta a su padre, antes de
encontrarla conoce a muchas otras que son muy inteligentes, pero las desprecia
o no se casa con ellas porque, yendo al límite, pretende la mejor de entre
todas.
La actitud del padre en el relato es muy cuestionable puesto que en lugar de dejar que el amor aparezca con naturalidad entre su hijo y una futura esposa, negocia, como marca su tradición, dotes y matrimonio con los padres de una desconocida. ¿Y si nos fijamos en la actitud del joven Nasser?, con sólo quince años le responde a su padre que no conoce a ninguna que esté a su altura. La pregunta sería: ¿cuál es su altura? ¿Quién ha medido el valor, el conocimiento o la sabiduría de Nasser? Seguramente él mismo, con su parcialidad subjetiva.
Creemos
saber quiénes somos. Y aunque también pensamos que tenemos la capacidad de
avanzar en el autoconocimiento, no siempre es fácil lograrlo. Es más,
frecuentemente cometemos el error de atribuirnos el derecho de juzgar a los
demás, pero a la vez somos incapaces de analizarnos a nosotros mismos.
Colaboración: José Luis Hinojo
Fotografías: Mertxe Peña
Fotografías: Mertxe Peña
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