lunes, 7 de marzo de 2016

LAS SEMILLAS DE LA CONVIVENCIA 1

Hace unos años, cuando estuve de presidente de la Asociación de Padres del colegio Gainzuri, se celebró un acto en Vitoria al que asistí junto a algunas profesoras y me pidieron que escribiera algo sobre el tema de la convivencia. El resultado fue un recorrido sentimental y un reconocimiento hacia tres personas que me enseñaron algo que he considerado importante en mi vida, como la compasión, la generosidad, el sentido crítico... Hoy empiezo con la primera y, en sucesivas entradas, hablaré de las otra dos. Y quizá, más adelante, hablaré de otros profesores y profesoras con los que, ahora que me acuerdo, también guardo una deuda especial por algún motivo.




Foto: Mertxe Peña
"Tengo que empezar por ti, amá, pues, antes de nacer, fue en tu voz lejana y, después de nacer, en tus susurros y caricias donde encontré los primeros rastros de humanidad. Al principio no entendía muy bien qué veía en tus ojos risueños, pero con una fuerza mágica y misteriosa me fueron seduciendo hasta que se abrió ante mí todo el encanto de tu forma de ser. Y es que tú fuiste mi primera maestra. A través de juegos y canciones, bien llorando o bien riendo, contigo aprendí los caminos que conducen a una vida verdaderamente humana. Y ahora comprendo por qué un niño puede sentirse huérfano aunque tenga padres. Así lo expresó acertadamente el poeta Joxean Artze en aquel certero poema:

Si quiere algo,
se lo dan...
y a pesar de ello, el niño está triste.
Si desea algo,
si pide algo,
se lo traen…
y a pesar de ello, el niño está triste,
siempre triste.

En cuanto quiere,
al momento de pedir
ha obtenido lo que le apetece,
todo cuanto desea conseguir…
y a pesar de ello, el niño sigue todavía triste,
más triste que nunca.

Le han dado todo lo que quiere,
pero nadie,
nadie le ha dado lo que necesita*.

Tengo la impresión de que me has dado todo lo que necesitaba. Recuerdo todavía, por ejemplo, aquellas películas como Matar un ruiseñor, Qué bello es vivir, Oliver Twist... que mis hermanos y yo veíamos contigo en la pequeña sala iluminada por la televisión en blanco y negro y junto a la estufa de butano. A medida que la historia se iba complicando, las desgracias se cebaban con los protagonistas. Entonces, ahogados por la tristeza, uno a uno comenzábamos a gemir a escondidas. Pero, cuando todos los males desembocaban en un final feliz, los cuatro nos abrazábamos y llorábamos de alegría. ¡Vaya catarsis! En aquellos momentos en que compartimos nuestros llantos, aprendí que todas las lágrimas humanas tienen el mismo sabor de la amargura y, de esa manera, mi corazón quedó tocado para siempre y nunca he podido ya desprenderme de esa sensibilidad hacia el dolor ajeno".


* Josanton Artze “Hartzut”, Mundua gizonarentzat egina da, baina ez gizona munduarentzat, editorial Zubi Zurubi, 1998. Traducida al castellano por mí.



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