miércoles, 11 de marzo de 2015

LAS 10 MEJORES COSAS QUE HE APRENDIDO Y DESCUBIERTO ESTANDO DE BAJA (2)

Fotografía: Carlos Mediavilla Arandigoien
La entrada anterior terminaba con un fragmento de una grabación que hice una mañana siguiendo a un rayo de luz que inundaba la sala. Pues bien, la primera imagen de esa grabación es una fotografía ampliada de Carlos Mediavilla Arandigoien, un prodigioso fotógrafo que hace maravillas con su cámara. La foto está tomada en los acantilados de Jaizkibel y es una pared de roca con caprichosas formas. Si escribís su nombre y dos apellidos en Google podréis entrar en varios sitios y ver una muestra de su arte. Aquí tenéis algunas de sus últimas fotos.

Y ahora sigamos con las 10 mejores cosas que he aprendido o descubierto estando de baja.

6. Cuando empecé a salir a la calle lo hice en silla de ruedas, acompañado y empujado por Mertxe, mi mujer. Puedo decir, sin exagerar, que fueron decenas y decenas las personas que se pararon a preguntarme e interesarse por mi estado; incluso personas con las que justo intercambiaba un saludo desde hacía años se pararon para preguntarme, lo cual fue una ocasión para renovar y refrescar nuestra relación. Y, aunque algunas de ellas estaban más interesadas en contarme sus experiencias o las de sus familiares que en escuchar la mía (también he descubierto que media humanidad se ha roto un brazo o una pierna), en muchas de ellas aprecié un interés sincero. De esta experiencia he descubierto tres cosas. Una: estoy rodeado de mucha gente que me estima más de lo que yo pensaba. Dos: aunque Zumarraga y Urretxu puedan considerarse como un barrio urbano de una capital con una tendencia al individualismo y al aislamiento cada vez mayor entre sus vecinos, todavía mantienen esa calidez y cercanía reconfortantes. Tres: he podido renovar la relación con las personas para pasar a un estadio superior. Me explico: con las personas con las que me saludaba con la mirada, he pasado a saludarme con la palabra; con las que me saludaba con la palabra, he pasado a cruzar algunas palabras más; con las que cruzaba alguna palabra más, he pasado a pararme de vez en cuando; con las que me paraba de vez en cuando, he pasado a profundizar un poco más en la relación; con las que ya profundizaba, me he hecho su amigo...

Fotografía: Calos Mediavilla Arandigoien
7. Solo conocía los nombres de tres divas de la ópera: Bianca Castafiore, la cantante de ópera que aparece en algunas historias de Tintín (que salía bastante mal parada); María Callas, la cantante a la que conocía más por su relación con Aristóteles Onassis que por su voz, y la Montserrat Caballé, que tampoco escuché mucho. Estos meses he descubierto la ópera, género artístico supremo donde confluyen artes como la música, la literatura, la interpretación, las artes plásticas en los decorados, el drama y la comedia, y las eternas historias de nuestra frágil humanidad: la lucha entre el amor y el desamor, la vida y la muerte, la libertad y el destino, la razón y las pasiones…  Siempre relegada, junto al ballet, para alguna ocasión mejor, no encontraba el momento para entrar ella. Y ahora lo he hecho a través de magníficas grabaciones en DVD de Carmen, Eugene Onegin, Aida, El lago de los cisnes, El cascanueces, El elixir del amor, La flauta mágica… Y ahora sé lo que es una diva: una mujer que irradia estilo y elegancia personales, y que con su voz es capaz, no solo de encontrar nuevas y difíciles posibilidades para la voz humana, sino de expresar emociones de una manera extraordinaria. Dos son las divas que me han encandilado arrebatadoramente: la ruso-austríaca Anna Netrebko y la letona Elina Garanca. Sin embargo, el aria que, sin saber por qué, más me gusta sigue siendo una cantada por dos hombres:  Au fond du temple saint (Al fondo del templo santo) de la ópera Les pecheurs de perles (Los pescadores de perlas) de Georges Bizet. En su estribillo, sobre todo, algo en mi sensibilidad se quiebra y me hace llorar en una mezcla de tristeza y alegría indescriptible.

Fotografía: Carlos Mediavilla Arandigoien
8. Mi trayectoria musical empezó con las canciones de la escuela, la tele de los años 70, los pasodobles de la Banda de Música, el txistu y la música folk vasca, la música folk celta, el pop-rock español y el rock internacional, la música disco… En fin, siempre he estado abierto a la música, para mí el arte sublime por excelencia, con el que más intensamente he penetrado y trascendido de forma inefable la realidad. Aunque tarde, me inicié hace algunos años en la música clásica y he saboreado estupendos conciertos en directo de orquestas sinfónicas en el Kursaal. Y durante estos meses, he vibrado especialmente con el trío divino: Bach, Mozart y Beethoven, y en concreto con algunas de sus obras: la melancolía infinita de la Misa en si menor y La pasión según San Mateo de Bach; la energía colosal de Dies irae o el llanto profundo de Lacrimosa, ambas del Réquiem de Mozart; y la grandiosidad genial de las sinfonías de Beethoven (especialmente la 5ª, la 6ª o Pastoral y la 9ª) y de su Fantasía Coral Opus 80, un bosquejo de lo que luego sería el último tiempo de la novena sinfonía. Lo novedoso de esta experiencia ha sido que, mientras escuchaba con un potente amplificador y dos bafles estas obras, venían a mi mente imágenes de dos películas vistas hace poco: Gravity e Interstellar, ambas de ciencia ficción y con unas formidables imágenes del cosmos en su aspecto más descomunal: grandes y vastos espacios intergalácticos salpicados de puntitos que no son sino gigantescas galaxias. Así, me imaginaba escuchando la última parte de la novena sinfonía a cargo de las más de 200 voces del National Youth Choir of Great Britain y la Weste-Eastern Divan Orchestra y dirigidas por Daniel Barenboim, o el trepidante Dies Irae del Réquiem de Mozart dirigido por Leonard Bernstein, a un volumen brutal en medio del vacío cósmico, viajando en medio de las notas a los rincones más recónditos del universo. Por momentos, una experiencia sobrecogedora.

Continuará...


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