Tú nos dabas Latín en el Instituto y tu nombre era… Santos. Hombre pequeño y serio, con una barba de esas que, por muy rasuradas que estén, son como una gran mancha gris en la cara. Solías fumar cigarrillos Jean, uno tras otro, mientras nos explicabas las declinaciones latinas y yo perdía el tiempo pensando en para qué habían inventado una lengua tan complicada los romanos con lo sencillo que era el castellano.
Recuerdo que aquella mañana de 1979 nos llegó una terrible noticia: un joven que estudiaba en un Instituto cercano estaba haciendo dedo y su profesora de física lo cogió en su coche. Cuando iban los dos en el coche, el joven asestó un navajazo a su profesora y la dejó gravemente herida. El motivo también se corrió rápidamente: por lo visto, la profesora suspendía continuamente al alumno aunque hiciera correctamente los exámenes, y éste hizo lo único que podía hacer: vengarse y darle un navajazo. Una vez conocida la explicación, a muchos alumnos nos pareció justa la acción del joven y, desde el primer momento, salimos en su defensa.
Foto: Mertxe Peña |
Hoy también, un joven alumno puede justificar fácilmente
el hecho de divertirse con el vídeo de una paliza real grabada con un móvil, o
que un chico le zurre a su chica porque le ha puesto los cuernos, o un atentado
terrorista. En estos casos, Santos, me armo de tu valor, dejo el libro sin
abrir encima de la mesa y yo también, nervioso pero con firmeza, improviso una clase.