Este miércoles 24 de julio a las 19:00 haremos el último café filosófico de verano en Zumarraga.
El miércoles pasado nos reunimos 12 personas (8 mujeres y 4 hombres) y se propusieron la siguientes cuestiones:
El miércoles pasado nos reunimos 12 personas (8 mujeres y 4 hombres) y se propusieron la siguientes cuestiones:
- ¿El cultivo de la amistad tiene un precio?
- ¿Aquí y en este momento estamos haciendo nosotros cultura vasca?
- ¿Cuál es el límite entre la cordura y la locura?
- ¿En qué consiste la buena educación?
Tras un empate, en la segunda votación salió ganadora la última pregunta. El diálogo tuvo dos partes bien diferenciadas. En la primera se respondió a la pregunta de diversas maneras. He aquí algunas. La buena educación:
- Consiste en adaptarse a los personas y a las normas de un entorno socio-cultural.
- En el entorno familiar, consiste en proporcionar amor y establecer unos límites, y en el ámbito escolar o público, consiste en educar a (buenos) ciudadanos.
- Consiste en transmitir una percepción ético-moral y desarrollar el pensamiento crítico.
- Consiste en desarrollar el potencial de una persona.
En cuanto a los ámbitos, hubo varias propuestas. Una iba dirigida a distinguir la familia como ámbito propiamente educativo y la escuela o ámbito público, más destinado a transmitir enseñanzas, conocimientos o los ya citados valores de la ciudadanía. Otra propuesta iba dirigida a no diferenciar ámbitos, pues la educación debe darse de manera transversal en cualquier sitio.
La segunda parte se desvió del tema principal y surgió a partir de una intervención que defendía que, el amor, como elemento imprescindible de la buena educación, debía darse no solo en la familia, sino también en la escuela, de donde se llegó a la idea de que los maestros pueden amar a sus alumnos como si fueran sus padres. Frente a esta posición apareció otra, la de que no es posible que los maestros pueden amar a sus alumnos como si fueran sus padres, debido a que los docentes no tienen tiempo material para ello, tienen muchos niños y no tienen el mismo vínculo emocional que tienen sus padres con ellos, pues el amor familiar, entre otras cosas, es incondicional. Incluso una participante defendió que los maestros no deberían amar a sus alumnos como si fueran sus padres, pues no es su función, para la cual ya están los padres. Sin embargo, por la otra parte se adujo que ni el tiempo ni la cantidad de alumnos influyen en el amor de un docente y, además, éste puede establecer el mismo vínculo emocional que los padres. Viendo que era difícil cerrar la cuestión, como ocurre normalmente en filosofía, decidí averiguar qué decía el sentido común de los asistentes. Pero estos también se mostraron divididos: la mitad de los asistentes defendió una posición y la otra mitad defendió la otra. Sin embargo, ante la pregunta sobre quiénes de ellos habían recibido un amor paterno-filial por parte de sus maestros, solo una persona levantó la mano y el resto reconoció que no. Esto se explicó aduciendo que la enseñanza antigua no permitía que los maestros amaran a sus alumnos, mientras que la enseñanza actual, sí.
Esta parte del diálogo fue intensa y, a mi juicio, la cuestión de fondo en la que no llegamos a entrar pero que estuvo sobrevolando durante todo el debate fue qué es el amor o, por lo menos, la cuestión de si cuando hablamos de que "los padres aman a sus hijos" y de que "los maestros aman a sus alumnos", estamos hablando del mismo amor o de diferente. Quizá por eso al final se utilizó un argumento falaz para defender que los maestros también aman a sus alumnos. También hubo quien negó la existencia del amor incondicional.
Como no había tiempo para más, algunas cosas se quedaron en el tintero. Rescato tres:
- ¿Existe el amor incondicional o todo amor es condicional, incluso el amor a los hijos?
- ¿Deben los maestros querer a sus alumnos como los quieren sus padres?
- ¿Existe alguna diferencia entre el amor que dan los padres y el amor que dan los maestros?