- ¿Cura el silencio?
- ¿Es posible imaginar nuestras fiestas sin música?
- ¿En qué medida podemos hablar de nosotros mismos por boca de otros?
- ¿Defender la unidad nacional de España es un acto fascista?
Tras una reñida votación, se eligió esta última. Confieso que me extrañó, pues los temas políticos y concretos como este no suelen ser habituales en los cafés filosóficos, como si se evitaran por miedo a una confrontación radical y emocional o por los rescoldos y heridas que todavían humean debido a nuestro reciente pasado violento... u otras razones. Sin embargo, aunque algunas palabras de la pregunta están muy cargadas de connotaciones (unidad nacional, España, fascista) el diálogo fue intenso y transcurrió sin que nada de lo anterior ocurriera. Además, me gusta la idea de tratar en los cafés temas "tabú" que se evitan en otros ámbitos como la familia o los amigos.
Según mi experiencia, hay tres temas especialmente "rocosos": la religón, la política y el sexo-género, y los que cada uno conlleva (la identidad personal o nacional, los límites de la libertad, lo moral en torno al sexo, el poder económico, político o patriarcal, el pueblo y la nación, la legitimidad de la violencia...). Cuando digo que son rocosos quiero decir que están muy ideologizados y rígidos, porque, lo que que observo es que, en lugar de un pensamiento propio, se dan discursos ideológicos más propios de mítines que de un diálogo filosófico; en lugar de argumentos elaborados expuestos para ver si funcionan, argumentarios partidistas y lugares comunes repetidos hasta la saciedad; en lugar de escucha activa hacia lo diferente pero razonable, dogmatismo demagógico; en lugar de sentido autocrítico, fe monolítica en una ideología; en lugar de rigor conceptual, un uso arbitrario de las palabras (pueblo, democracia, nación, fascista...) para que signifiquen lo que me interesa que signifiquen; y, claro, en lugar de entender el cambio de ideas políticas como una señal de reflexión y evolución personal, entenderlo como una traición.
Así, en lugar de acercarnos a lo razonable (ideas distintas a las mías que pueden ser defendidas), nos atrincheramos en el "para mí"; en lugar de escuchar al otro, aparentamos escucharle pero en el fondo solo le damos tiempo para hablar mientras pensamos en "reafirmarnos en nuestras ideas"; en lugar de parar y pensar qué puede haber de aceptable en un argumento, lo obviamos para decir que "yo sigo pensando que..."; en lugar de hacer un esfuerzo por comprender, lanzamos un "me parece incomprensible que...". Curiosamente, otra de las preguntas que se propusieron y no se eligió fue: ¿En qué medida podemos hablar de nosotros mismos por boca de otros? Pues eso lo que me pareció, que hablábamos de nosotros mismos por boca de otros. Lo peor de todo es que esa confusión nos lleva a discusiones baldías y nos impide hablar de las cuestiones importantes.
Quizá por eso, antes de comenzar el café filosófico suelo recomendar dos cosas. Una, que lo tomen como un juego en el que pueden defender posturas distintas. Que primero busquen formas de defender lo que piensan y, luego, tomen el reto de buscar objeciones a lo que acaban de defender, lo cual es toda una experiencia filosófica que tiene efectos curativos frente al dogmatismo, la intransigencia y la excesiva identificación con nuestras ideas. Esto no significa que dejemos de pensar como pensamos, sino que aceptemos que la complejidad de la realidad (especialmente la realidad social y política) nos obliga, si queremos ser personas racionales y razonables, claro, a revisar constantentemente aquellos lugares comunes desde los que hablamos. Y que después de revisarlos, decidamos si queremos seguir pensando igual, mantenernos en la duda o cambiar de ideas (¡y cambiar de identidad o ampliarla!). La segunda cosa que suelo pedir medio en broma es que dejen sus ideologías en el perchero de fuera, que entren lo más desnudos posible y que vengan a practicar la suspensión del juicio y la retrasen hasta el final, donde solemos expresar las conclusiones a las que hemos llegado.Y hablando de conclusiones, yo he llegado a la mía: la ideología es fundamental para la acción política, pero puede resultar un obstáculo para la actividad filosófica. ¿Por qué?
- Porque nos impide responder y argumentar libremente en base a la razón, ya que buscamos la respuesta más acorde y coherente con el andamiaje ideológico en el que vivimos. La filosofía, sin embargo, ama encontrar las incoherencias y contradicciones, propias de nuestras limitaciones e imperfecciones. Por eso, en los cafés filosóficos he empezado a "celebrar" el hallazgo de algunas, como cuando dije a una participante que no la estaba entendiendo y ella me respondió "es que no sé si yo me estoy entendiendo a mí misma". ¡Hurra! Bienvenida a la filosofía, donde más que certezas, vas a encontrar dudas.
- Porque la ideología funciona como un menú cerrado, frente a la actividad filosófica, que funciona más como un self service. Esta es una de las razones por las que no podría dedicarme a la política, pues yo no tendría ningún inconveniente en aplaudir y votar a favor de propuestas distintas a las del partido en el que me integrase.
- Porque, si uno no está atento, puede terminar en la ideología reduccionista y moralista, que consiste en pensar que mi ideología se reduce a unos cuantos principios moralmente superiores. Esto no quiere decir que todas las ideas valgan lo mismo, claro, pero parece que esos principios son más bien una doctrina que no admite réplica ni crítica. Y la crítica es la esencia de la democracia y de la filosofía, si no, caemos en una concepción religiosa de la política.
- Por último, algunos planteamientos ideológicos dejan entrever que, o bien en el pasado o bien en el futuro, hay una especie de Arcadia feliz (la nación democrática, justa, igualitaria y feliz) que hay que recuperar o hacia la que debemos caminar para conseguir una sociedad perfecta. Frente a ese pasado o futuro luminoso, la situación actual palidece y vivimos en el peor de los mundos posibles, lo cual da lugar a una especie de insatisfacción crónica con el presente.
Por lo demás, ¿defender la unidad de España es un acto fascista? Para algunas personas, no, por distintas razones: porque para que fuera un acto fascista debería estar dentro de las características del fascismo italiano y el nazismo alemán; porque defender la idea de la unidad de España, per se, no es un acto fascista (por la misma razón se podría preguntar si defender la unidad nacional de Euskal Herria es un acto fascista), sino que más bien "depende": depende de cómo se defienda, para qué se defienda o quién la defienda. Quizá lo interesante hubiera sido entrar en cada uno de estos "depende" (quién, cómo, para qué...). Para otros, sí, puesto que España siempre ha sido un país violento que ha impuesto la unidad nacional por la fuerza, ante lo cual se trajo a colación la famosa leyenda negra que se cierne sobre España, según la cual, España, haga lo que haga, es algo así como un país intrínsecamente malvado y opresor.
Muchas gracias a los participantes por su colaboración y paciencia conmigo en el desarrollo del café.
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Excelente disquisición previa sobre el rigor (fanatismo) en el pensamiento y debate (?) político vs la la apertura de la filosofía. Como pregunta complementaria, y entiendo que filosófica, a la que se planteó, yo haría la siguiente: "¿Atacar la unidad nacional de España es un acto fascista?"
ResponderEliminar¡Gracias por tu comentario! La pregunta es complementaria, sí, y tendría parecidas respuestas, intuyo que mucho "depende".
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