Hace años se incluyó, entre otras obras, una pequeña antología poética de Blas de Otero (Bilbao, 1916 - Majadahonda, 1979) como lectura obligatoria en 2º de Bachillerato. Y durante los últimos 3 o 4 años he estado leyendo sus poemas a mis alumnos intentando hacerlo de una manera sentida, lo cual me resultó sumamente difícil en un principio debido al ambiente nada poético y más bien prosaico de una clase de Lengua y Literatura.
Sin embargo, años tras año, me he esmerado en recitar y declamar cada poema y las respuestas de los alumnos han sido diversas. La mayoría me lanzaba una mirada atónita e incrédula al percibir el tono y la cadencia de mi lectura, pues esperaban que leyera el poema como se lee una receta de cocina. Otros se avenían al juego y me acogían de buena manera, dejándose llevar por la intensidad de los versos. También había quien mostraba con una forzada sonrisa su incomodidad ante una sinceridad a la que muchos alumnos no están acostumbrados en el mecánico y rutinario mundo escolar. Sin embargo, sobrepasados los primeros momentos de desconcierto, el alumnado ha respondido con silencio y respeto. Es más, tras cada lectura he tenido la sensación de cumplir mi objetivo: traspasarles el alma con el poema durante unos momentos, hacerles experimentar el envés de la realidad cotidiana y facilitarles el acceso a la experiencia estética a través, en este caso, de la expresión poética, desesperado intento humano de desentrañar el inefable misterio de la existencia. Pienso que la enseñanza debe facilitar a los alumnos no sólo que aprueben, sino también que "prueben" experiencias que les ayuden a comprender el sentido de lo que aprenden y aprueban.
De entre los doce poemas he elegido "Ciegamente", magnífico soneto de amor, no a una mujer, aunque pueda parecerlo por el inicio, sino, más bien, un grito ahogado, una llamada angustiosa, una búsqueda desesperanzada de Dios, incluso de su cuerpo, de su belleza, hasta el punto de desear morir para encontrarlo. Pertenece a su época existencial.
¿Por qué lo he elegido?
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Fotografía: Mertxe Peña |
Pues... lo he elegido porque, en cierta ocasión, mientras lo iba leyendo, yo mismo me daba cuenta de que estaba siendo una lectura distinta y que la carga emocional iba siendo cada vez mayor. Hasta que, cuando inicié el último terceto y me dispuse a pronunciar con gravedad ese "porque quiero morir, morir contigo esta horrible tristeza enamorada que abrazarás, oh, Dios, cuando yo muera"... en mitad del verso... ¡se me quebró la voz y acongojó el alma!
Al principio me apuré por la incertidumbre: algo había pasado y no sabía cómo iba a reaccionar ni yo ni mis alumnos. Ellos también se dieron cuenta del quiebre de mi voz, claro, y me miraban expectantes, sin saber qué venía a continuación. Lo primero que me vino a la mente fue: "Disimula, haz como que no ha pasado nada y empieza a hacer el análisis del poema". Sin embargo, habiéndome deshecho ya de la estúpida y perjudicial pretensión de aparentar ser invulnerable, seguí dejándome llevar y me permití algo que me gustaría hacer más a menudo: me permití en ese momento ser lo que soy, no desde ese cansino ego arrogante que siempre está a la defensiva para proteger la imagen que quiero dar, sino desde ese yo un poco más profundo que quiere, simplemente, ser lo que soy.
Así que, inspiré y expiré para liberar la emoción que provocó la fractura. Les miré y les dije con la voz todavía temblorosa y afectada: "Lo siento... pero... pero me he emocionado en la última estrofa...". Entonces, intenté explicarles qué es lo que creía que me había ocurrido, pues, hasta yo mismo estaba un tanto desconcertado. Acerté a decirles que era como si a lo largo del poema hubiera ido perdiendo la noción del espacio y del tiempo y me hubiera ido sumergiendo en los significados entrelazados de las palabras hasta "entrar" de una manera profunda y total en el Significado del poema, de tal forma que yo ya no leía, sino que era el poema, yo también era una horrible tristeza enamorada, deseosa de que Dios me abrace cuando yo muera. Que aquellas palabras, misteriosamente, habían adquirido en ese momento una significación especial, como si me hubieran transportado a ese envés de la realidad, como si hubiera sido traspasado por la magia de la belleza y el lenguaje...
Luego sonó el timbre y me fui. Al día siguiente, cuando entré en clase, había un silencio distinto, me refiero a que no tuve que esperar ni pedir que se callaran. Estaban todos ya preparados. Y uno de ellos me preguntó con una sonrisa en los ojos: "Hoy toca también leer un poema, ¿no?". Y me sentí feliz, esa felicidad que no la buscas directamente pero te sobreviene y hace que vuelvas a recuperar la ilusión de arriesgarte a hacer ciertas cosas. "Fíjate, pensé, has conseguido que por lo menos una persona (o quizá más) haya pasado de ignorar por completo la poesía a desear leer un poema". Pequeñas grandes victorias.
Os dejo con el soneto. Os recomiendo que lo leáis en voz alta, lentamente y con intensidad, ralentizando sobre todo el final... y permitiéndoos ser.
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Fotografía: Mertxe Peña |
CIEGAMENTE
Porque quiero tu cuerpo ciegamente.
Porque deseo tu belleza plena.
Porque busco ese horror, esa cadena
mortal, que arrastra inconsolablemente.
Inconsolablemente diente a diente,
voy bebiendo tu amor, tu noche llena.
Diente a diente, Señor, y vena a vena
vas sorbiendo mi muerte. Lentamente.
Porque quiero tu cuerpo y lo persigo
a través de la sangre y de la nada.
Porque busco tu noche toda entera.
Porque quiero morir, morir contigo
esta horrible tristeza enamorada
que abrazarás, oh, Dios, cuando yo muera.